Republica Consumista China



El pasado fin de semana en el suplemento El País Semanal, se publicaba un reportaje firmado por Jose Reinoso que reflejaba los importantes cambios que a nivel de consumo se están produciendo en ese país y la revolución económica en la que están inmersos sus ciudadanos
. Os ofrecemos un resumen del mismo y una pequeña reflexión al respecto.


La clase media del gigante asiático -unos 200 millones de personas- se ha lanzado a comprar y romper con su pasado de austeridad. Sienten fascinación por las marcas occidentales y ya forman el segundo mercado mundial de artículos de lujo, tras Japón.

Mi, que trabaja en el sector publicitario, es un claro ejemplo de la nueva clase media china y su pasión consumista, especialmente por todo lo que venga de fuera, ya sea electrónica Sony, ropa de Zara o pollo KFC. "La calidad de los productos extranjeros es mejor", afirma. "Además, en el caso de los coches, los fabricantes chinos siempre copian los diseños extranjeros. Sería una vergüenza conducir una imitación de un BMW". Dice que gana unos 20.000 yuanes (2.200 euros) al mes. "A veces, mucho más; depende de las campañas".


La agencia en la que trabaja se encuentra unos pisos más arriba en este complejo de viviendas y oficinas llamado SOHO New Town. El conjunto de torres multicolores, situado en el lado este del CBD -el distrito financiero y de negocios de Pekín-, fue el primero en aplicar en China, cuando fue inaugurado en 1998, la idea de combinar pequeños negocios y viviendas; un concepto importado por sus promotores, que fue instantáneamente un éxito. SOHO es el acrónimo de las palabras inglesas small office, home office (pequeña oficina, vivienda oficina).

En los bajos del grupo de rascacielos se suceden los paneles publicitarios con leyendas en inglés y los comercios llegados de otros países: un restaurante de la cadena japonesa Yoshinoya, una tienda 7 Eleven, una heladería italiana. Son una constante en todas las grandes ciudades chinas, donde las ansias compradoras de las nuevas clases adineradas han dado alas a muchas marcas extranjeras, cuyos mercados nacionales, ya maduros, renquean especialmente en estos tiempos de crisis.


Se estima que la clase media china está integrada por unos 200 millones de personas, una cifra que aumenta sin cesar al calor de una economía que ha crecido a una media del 10% durante las dos últimas décadas y ya es la segunda del mundo tras superar el año pasado a Japón. Para 2025 se prevé que llegue a 800 millones. Un informe del banco de negocios Credit Suisse del pasado enero vaticina que para 2020 el mercado de consumo chino alcanzará 16 billones de dólares y se convertirá en el mayor del planeta.

En el segmento del lujo las cosas van aún más rápido. El país asiático desplazó en 2010 a Estados Unidos como segundo comprador mundial de exclusividad, solo por detrás de Japón. Se estima que en cuatro o cinco años será el primer mercado de artículos Louis Vuitton, Chanel, Hermes, Cartier, Patek Philippe o Gucci, cuyos locales y puntos de venta se han multiplicado por el país en los últimos años.


"La gente tiene cada vez más confianza y medios para comprar, porque dispone de más dinero, se han producido mejoras en la red de seguridad social y hay un avance continuo de los servicios de crédito. China se está transformando en una sociedad con una cultura visible del consumo, de la misma forma que ocurrió en Occidente en la década de 1960", explica Sun Feng, profesora en la Escuela de Sociología de la Universidad Qinghua, en Pekín, una de las más prestigiosas del país.

Ningún sitio como Ikea para palpar el cambio que ha experimentado la sociedad china. A primera hora de la tarde del sábado, el mastodóntico centro construido por la cadena sueca a las afueras de la capital es un termitero. Miles de parejas, grupos de amigos y familias con hijos y abuelos deambulan por sus laberínticos pasillos. Muchos han llegado en sus flamantes coches recién estrenados. Unos acuden a comprar, aunque sea un pequeño jarrón de cálido diseño nórdico. Otros, simplemente, a pasear, atravesar sus apartamentos modelo y disfrutar de un viaje virtual a Occidente.


Sentados en un sofá, dos jóvenes cogidos de la mano sueñan con el futuro en silencio. "Hemos venido a ver. Nos queremos casar este año y estamos pensando cómo decorar el piso", explica Zhang Hua, empleado en el sector inmobiliario. Un piso que aún no tienen, pero que Zhang piensa comprar antes de la boda y aportar al matrimonio como dictan los cánones en China. "Me gusta el estilo de los muebles de Ikea y el ambiente. Puedes mirar, probar y nadie te presiona. Venir aquí es como viajar", dice, mientras su novia teclea sin cesar en su móvil.

La curiosidad por los productos occidentales -que muchos chinos creen que elevan su estatus social- se extiende también a la comida. El restaurante del centro comercial sueco está abarrotado. El menú ofrece principalmente comida extranjera: albóndigas por 20,5 yuanes (2,3 euros), salmón marinado (1,9 euros) y pechuga de pollo rebozada (2,2 euros).


La gastronomía foránea tiene gran éxito. En el complejo comercial al aire libre más chic de Pekín, Sanlitun Village -un conglomerado de edificios coloristas de cristal y acero-, se suceden los restaurantes y cafés estadounidenses, italianos, españoles, japoneses, indios... Por ejemplo, Element Fresh, un local decorado con madera clara, especializado en platos de fusión asiática y occidental, con "ensaladas de firma", sándwiches o quesadillas. En cada mesa, un cartoncillo ofrece el vino del mes -un caldo del Languedoc (sur de Francia)- a 48 yuanes (5,3 euros) el vaso, que promete "una delicada fragancia de lirios y albaricoque", " fabuloso para acompañar el filete de atún con verduras de invierno". El local está lleno.

Un vistazo a los rótulos de los comercios presentes en Sanlitun Village da idea de hasta qué punto el consumo de la clase media se ha convertido en una herramienta de crecimiento para las compañías extranjeras: Benetton, Starbucks, Lacoste, Calvin Klein, Swatch, Vero Moda, The North Face, Puma, Casio, Esprit, Columbia, Levi's, Rolex, Nike, Diesel, Balenciaga, Balmain y un largo etcétera. Todas ellas están situadas alrededor del negocio estrella del complejo: la tienda de cristal y color aluminio de dos plantas de Apple, en la que cientos de jóvenes, vestidos a la última moda, prueban con pasión teléfonos iPhone, ordenadores MacBook Air o la tableta iPad. En el exterior, un enorme logotipo de la manzana de la marca estadounidense arroja su luz blanca sobre los paseantes como si de un ojo divino se tratara.


Cui Ni, de 20 años, vendedora de L'Oréal en el cercano centro comercial Pacific Century, describe lo que está ocurriendo: "Los clientes vienen a comprar porque es un producto extranjero. Luego, vuelven porque les gusta la calidad. Pero cada vez más gente compra porque lo que quiere es la marca". En la pared, una foto de la actriz Gong Li, imagen de la compañía de cosmética francesa, sonríe a los clientes.

Sun Feng, la socióloga de la Universidad Qinghua, explica el auge de los artículos llegados de fuera y de lujo. "Las empresas extranjeras conocen la mercadotecnia, saben cómo utilizar valores como el éxito, la felicidad, el gusto o simplemente el hecho de estar a la moda. En China, existe una apreciación por todo lo que es extranjero y un anhelo desde hace mucho tiempo de vivir algunos aspectos del estilo de vida occidental".


Pero la prosperidad y las casas exquisitas solo están en un lado. Detrás del muro y sus frases, late la miseria: un conjunto de chabolas rodeadas de basura; unas letrinas sin techo, en las que hurga una rata; un negocio de reciclaje de botellas de plástico en un patio polvoriento, por el que deambulan las gallinas bajo un cordel en el que se seca carne de cerdo al sol.

Es la paradoja de la sociedad china hoy, una de las más desiguales del mundo, en la que conviven, a veces solo separadas por una calle, riqueza y pobreza; en la que por las mismas calzadas de sus ciudades ruedan millonarios en Ferrari junto a chamarileros en triciclo y vendedores de sandías en carromatos tirados por mulas.


La brecha es especialmente profunda entre las zonas urbanas y las rurales, donde viven dos tercios de la población. La renta per cápita mensual en las primeras -1.752 yuanes (195 euros)- más que triplica la de las segundas -493 yuanes (55 euros)-. De ahí que, aunque las ciudades vivan una euforia consumista, China en su conjunto está aún muy lejos de ser una sociedad de consumo madura, el objetivo que persigue el Gobierno, que ha tomado medidas para incentivar la demanda interna y bascular de un modelo económico excesivamente basado en la inversión y la exportación a otro más sustentado en el consumo.

El cambio necesitará tiempo. Por un lado, para elevar el nivel de ingresos de la población y desarrollar una red de seguridad social, que permita a las familias no tener que ahorrar tanto para hacer frente a los gastos sanitarios -los hospitales son de pago, ya sean públicos o privados- y de educación de los hijos. Por otro, porque muchos en China no comparten la actitud consumista de los jóvenes …. No han conocido las penurias de sus progenitores, y pocos padres les han hablado de ellas. China está inmersa en un acelerado proceso de transición de una economía de la producción a una economía del consumo. Mi Tingjun lo resume de forma muy directa, gráfica y sencilla, en solo cinco palabras: "La gente quiere gastar dinero".


Nuestra reflexión después de la lectura del articulo es que el nivel de vida en China va a subir cada vez mas, lo que le convierte sin duda en un mercado con grandes oportunidades debido a la cantidad de población que allí vive, pero, por otro lado, el asalariado medio va a querer ganar mas para poder entrar en ese mundo del consumo, lo que encarecerá la mano de obra, y esto a su vez repercutirá en el precio de los productos que se fabrican en aquel país y que son una gran parte del consumo mundial. Por lo tanto, el modelo de negocio que tenemos en este momento, comprar barato en oriente para vender caro en occidente, se tambaleará – aunque tendrá que pasar bastante tiempo - y encontrar otro nuevo campo de mano de obra barata no será tan fácil porque África, que podría ser la alternativa, tardara todavía bastantes más años en tomar el relevo, si es que llega a tomarlo. Así que ¿No seria mejor cambiar nuestros planteamientos y volver a la fabricaciones en nuestros países, a precios mas caros, pero con mayor calidad y poder asi crear un tejido industrial y productos de calidad que exportar?

Las imagenes que ilustran esta entrada corresponden al Kristal Bar en Hong Kong - China, diseñado por la ilustradora Katrin Olina

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